Armada está sobre peña
Tajada toda esta villa,
los muros tiene muy fuertes,
torres ha en gran demasía.
Duero la cercaba al pie,
fuerte es a maravilla...
Riberas de Duero arriba
cabalgan los zamoranos
en caballos alazanes
ricamente enjaezados..
* * * * * *
Hay muchas ciudades en España
que todavía conservan vestigios de
su antiguo pasado. Pero sólo en unas
pocas ha pervivido el recuerdo de
que en ellas sucedieron hechos trascendentes.
Para quien busque sus
raíces medievales no sólo en las
piedras y en las calles sino también
en las palabras y en la música de los
versos, que vaya a Castilla, y en
Castilla ninguna ciudad como Zamora.
La memoria de los pueblos de
Castilla ha permanecido en los romances
y a través de sus versos se
bebe el agua de la historia. Este
abundante manantial se remansa fecundamente
en Zamora para narrarnos
acontecimientos de hace casi
mil años...
Anteponiendo el amor paterno al
deber patrio, el rey Fernando I a su
muerte divide el reino entre sus
hijos, otorgando a Sancho Castilla,
León a Alfonso, Galicia a García, y
deja para sus dos hijas, Elvira y
Urraca, las ciudades de Toro y Zamora.
No fue el reparto del gusto del
primogénito Sancho, pues a poco de
morir su padre, y desoyendo los
consejos del Cid, emprende guerra
contra los hermanos y pone cerco a
Zamora. Entre los sitiadores se encuentra
Rodrigo de Vivar, que se
había educado en la corte del rey
Fernando, y que acompaña a Sancho
por ser su vasallo; cuando Urraca lo
ve le recrimina su acción, y el Cid,
avergonzado, ordena a sus soldados
que se retiren.
Tras siete meses de asedio, y dispuestos
los zamoranos a seguirresistiendo,
sale del fuerte recinto un
forastero, avecindado en la ciudad,
llamado Vellido Dolfos, que consigue
ganarse la confianza del monarca
sitiador; ambos van juntos un día
a recorrer las cercanías y observar
una de las puertas de la muralla, por la
que Vellido le dice podía ser tomada
la ciudad, y en un descuido
del Rey, el traidor y fingido amigo
atraviesa la espalda del soberano
con una lanza, dejándole mortalmente
herido, y se refugia en la ciudad
por el todavía llamado "Portillo
pero un primo del rey, Diego
Ordóñez, reta a los zamoranos acusándoles
de traidores: como se reta a
una ciudad y no a una persona, el retador
ha de luchar contra cinco zamoranos.
No interviene en el asunto
el Cid, pues, una vez muerto el rey,
nada quiere contra Zamora. Responde
al reto Arias Gonzalo, anciano
padrino de doña Urraca, y envía
uno a uno sus hijos al combate:
mueren los dos primeros, y el tercero,
Hernán de Arias, cae malherido,
pero antes hiere a Diego Ordóñez y
consigue sacarle fuera de los mojones
del campo de la justa; Diego
quiere volver, pero los jueces no se
lo permiten, pues aunque Hernán
cayó herido lo hizo dentro del campo
y, por tanto, es dueño de él y
vencedor.
Así Diego Ordóñez queda con la
prez de su hazaña no acabada, y
Arias Gonzalo es confortado en el
duelo de sus hijos por haber salvado
Zamora del reto de traición.
EL ROMANCE PRIMERO
Dice cómo el rey Fernando I en su lecho
de muerte reparte el reino entre sus hijos.
Doliente se siente el rey,
ese buen rey don Fernando;
los pies tiene hacia oriente
y la candela en la mano.
A su cabecera tiene
arzobispos y prelados,
a su mano derecha tiene
a sus fijos todos cuatro.
Los tres eran de la reina
y el uno era bastardo,
ese que bastardo era
quedaba mejor librado:
arzobispo es de Toledo,
maestre de Santiago,
abad era en Zaragoza,
de las Españas primado.
-Hijo, si yo no muriera,
vos fuerades Padre Santo,
mas con la renta que os queda
vos bien podréis alcanzarlo.
Ellos estando en aquesto,
entrara Urraca Fernando,
y vuelta hacia su padre
de esta manera ha hablado:
* * *
ROMANCE SEGUNDO
En que doña Urraca recrimina a su padre
que la haya olvidado en el testamento
-Morir vos queredes, padre,
Sant Miguel vos haya el alma;
mandástedes vuestras tierras
a quien se vos antojara.
Diste a don Sancho a Castilla,
Castilla la bien nombrada;
a don Alfonso a León,
con Asturias y Sanabria,
y a don García a Galicia,
con Portugal la preciada.
A mí, porque soy mujer,
dejáisme desheredada;
irme he yo por estas tierras
como una mujer errada,
y este mi cuerpo daría
a quién bien se me antojara;
a los moros por dinero
y a los cristianos de gracia:
de lo que ganar pudiere
haré bien por vuestra alma.
Allí preguntara el Rey:
-¿Quién es esa que así habla?
Respondiera el arzobispo:
-Vuestra hija doña Urraca.
-Callades, hija, callades,
non digades tal palabra,
que mujer que tal decía
merece ser quemada.
Allá en Castilla la Vieja
un rincón se me olvidaba,
Zamora había por nombre,
Zamora la bien cercada;
de parte la cerca el Duero,
del otro peña Tajada,
del otro la Morería;
una cosa muy preciada.
Quien os la tomare, hija,
la mi maldición le caiga.
Todos dijeron amén,
sino don Sancho que calla.
* * *
ROMANCE TERCERO
En que el Cid contradice las intenciones
reivindicatorías de Sancho II, el
primogénito.
-¡Rey don Sancho, rey don Sancho,
ya que te apuntan las barbas,
quien te las vido nacer
no te las verá logradas!
Aquestos tiempos andando
unas cortes ordenara,
y por todas las sus tierras
enviaba las sus cartas;
las unas iban de ruego,
las otras iban con saña,
a unos ruega que vengan,
a otros amenazaba.
Ya que todos son llegados,
de esta suerte les hablara:
-Ya sabéis, los mis vasallos,
cuando mi padre finara,
cómo repartió sus tierras
a quien bien se le antojara:
las unas dio a doña Elvira,
las otras a doña Urraca,
las otras a mis hermanos;
todas estas eran mías
porque yo las heredaba.
Ya que yo se las quitase
ningún agravio aquí usaba,
porque quitar lo que es mío
a nadie en esto dañaba.
Todos miraban al Cid
por ver si se levantaba
para que responda al Rey
lo que en esto le agradaba.
El Cid, que ve que le miran,
de esta suerte al Rey hablaba:
-Ya sabéis, Rey mi señor,
cómo, cuando el Rey finara,
hizo hacer juramento
a cuantos allí se hallaban,
que ninguno de nosotros
fuese contra lo que él manda,
y que ninguno quitase
a quien él sus tierras daba.
Todos dijimos amén,
ninguno lo rehusara;
pues ir contra el juramento
no haya ley que lo manda.
Mas si vos queréis, señor,
hacer lo que os agradaba,
nós no podemos dejar
de obedecer vuestra manda;
mas nunca se logran hijos
que al padre quiebran palabra,
ni tampoco tuvo dicha
en cosa que se ocupaba;
nunca Dios le hizo merced
ni es razón que se la haga.
* * *
ROMANCE CUARTO
Del cerco de Zamora
Apenas era el Rey muerto
Zamora ya está cercada;
de un cabo la cerca el Rey,
del otro el Cid la cercaba.
Del cabo que el Rey la cerca
Zamora no se da nada;
del cabo que el Cid la aqueja,
Zamora ya se tomaba;
corren las aguas del Duero
tintas en sangre cristiana.
Habló el viejo Arias Gonzalo,
el ayo de doña Urraca:
-Vámonos, hija, a los moros
dejad a Zamora salva,
pues vuestro hermano y el Cid
tan mal os desheredaban.
Doña Urraca en tanto aprieto
se asomaba a la muralla
y allí de una torre mocha
el campo del Cid miraba.
* * *
ROMANCE QUINTO
En que doña Urraca recuerda cuando el
Cid se criaba con ella en su palacio en
Zamora
-¡Afuera, afuera, Rodrigo,
el soberbio castellano!
Acordársete debría
de aquel buen tiempo pasado
que te armaron caballero
en el altar de Santiago,
cuando el rey fue tu padrino,
tú, Rodrigo, el ahijado;
mi padre te dio las armas,
mi madre te dio el caballo,
yo te calcé espuela de oro
porque fueses más honrado;
pensando casar contigo,
¡no lo quiso mi pecado!,
casástete con Jimena,
hija del conde Lozano;
con ella hubiste dineros,
conmigo hubieras estados;
dejaste hija de rey
por tomar la de un vasallo.
En oír esto Rodrigo
volvióse mal angustiado:
-¡Afuera, afuera, los míos,
los de a pie y los de a caballo,
pues de aquella torre mocha
una vira me han tirado!
No traía el asta hierro,
el corazón me ha pasado;
¡ya ningún remedio siento,
sino vivir más penado!
* * *
ROMANCE SEXTO
En que dos caballeros zamoranos vencen
a tres condes castellanos
Riberas de Duero arriba
cabalgan dos zamoranos,
que, según dicen las gentes,
padre e hijo son entrambos;
padre e hijo son los hombres,
padre e hijo los caballos.
Las divisas llevan verdes,
los caballos alazanos;
fuertes armas traen secretas
y encima muy ricos mantos;
adargas ante sus pechos,
gruesas lanzas en sus manos;
espuelas llevan jinetas
y los frenos plateados;
y por un repecho arriba
suben más recios que galgos.
Salen a mirarlos todos
del real del rey don Sancho;
desque cerca del real fueron
sofrenaron los caballos,
y al cabo de una gran pieza
soberbios ansí han fablado:
-¿Tendredes dos para dos
caballeros castellanos
que quisiesen hacer armas
con otros dos zamoranos,
para daros a entender
que no hace el rey como hidalgo
en quitar a doña Urraca
cuanto su padre le ha dado?
No queremos ser tenidos,
ni queremos ser honrados,
ni rey de nós haga cuenta,
ni conde nos ponga al lado,
si a los primeros encuentros
no los hemos derribado.
Y siquiera salgan tres,
y siquiera salgan cuatro,
y siquiera salgan cinco,
no les huiremos el campo;
con tal que no salga el Cid,
ni ese noble rey don Sancho,
que lo habernos por señor,
y el Cid nos ha por hermanos;
de los castellanos otros
salgan los más esforzados.
Tres condes lo están oyendo,
todos tres eran cuñados:
-¡Los de Zamora, atendednos,
que nos estamos armando!
Mientras los condes se armaban,
el padre al hijo está hablando:
—Volved, hijo, vuestros ojos
a Zamora y sus andamios,
mirad dueñas y doncellas
cómo nos están mirando.
Hijo, no miran a mí,
porque ya soy viejo y cano;
mas miran a vos, mi hijo,
que sois mozo y esforzado.
Si vos hacéis como bueno
seréis de ellas muy honrado;
mas si lo hacéis de cobarde,
seréis de ellas ultrajado.
Afirmaos en los estribos,
terciad la lanza en las manos,
esa adarga ante los pechos
y apercibid el caballo,
que al que primero que acomete
tienen por más esforzado.
Apenas esto hubo dicho,
ya los condes han llegado;
el uno viene de negro,
el otro viene de blanco
y el otro viene de verde
porque estaba enamorado.
Vanse unos para otros
como hombres desafiados;
a los encuentros primeros
el viejo uno ha derrocado.
Vuelve la cabeza el viejo,
vio al hijo no bien parado;
arremete para el conde,
pasólo de claro en claro.
El hijo va contra el otro:
ahuyentado lo ha del campo;
por este que se les iba
el viejo se está mesando.
Preguntaba el padre al hijo:
—Decid, hijo, ¿estáis llagado?
—Eso os pregunto, señor,
que no estoy sino muy sano.
—Pues tornemos a Zamora;
serás, hijo, muy honrado.
¡Cuán gran alegría hacen
por torres y por andamios;
que el viejo de armas secretas
era el viejo Arias Gonzalo!
Ordóñez, reta a los zamoranos acusándoles
de traidores: como se reta a
una ciudad y no a una persona, el retador
ha de luchar contra cinco zamoranos.
No interviene en el asunto
el Cid, pues, una vez muerto el rey,
nada quiere contra Zamora. Responde
al reto Arias Gonzalo, anciano
padrino de doña Urraca, y envía
uno a uno sus hijos al combate:
mueren los dos primeros, y el tercero,
Hernán de Arias, cae malherido,
pero antes hiere a Diego Ordóñez y
consigue sacarle fuera de los mojones
del campo de la justa; Diego
quiere volver, pero los jueces no se
lo permiten, pues aunque Hernán
cayó herido lo hizo dentro del campo
y, por tanto, es dueño de él y
vencedor.
Así Diego Ordóñez queda con la
prez de su hazaña no acabada, y
Arias Gonzalo es confortado en el
duelo de sus hijos por haber salvado
Zamora del reto de traición.
EL ROMANCE PRIMERO
Dice cómo el rey Fernando I en su lecho
de muerte reparte el reino entre sus hijos.
Doliente se siente el rey,
ese buen rey don Fernando;
los pies tiene hacia oriente
y la candela en la mano.
A su cabecera tiene
arzobispos y prelados,
a su mano derecha tiene
a sus fijos todos cuatro.
Los tres eran de la reina
y el uno era bastardo,
ese que bastardo era
quedaba mejor librado:
arzobispo es de Toledo,
maestre de Santiago,
abad era en Zaragoza,
de las Españas primado.
-Hijo, si yo no muriera,
vos fuerades Padre Santo,
mas con la renta que os queda
vos bien podréis alcanzarlo.
Ellos estando en aquesto,
entrara Urraca Fernando,
y vuelta hacia su padre
de esta manera ha hablado:
* * *
ROMANCE SEGUNDO
En que doña Urraca recrimina a su padre
que la haya olvidado en el testamento
-Morir vos queredes, padre,
Sant Miguel vos haya el alma;
mandástedes vuestras tierras
a quien se vos antojara.
Diste a don Sancho a Castilla,
Castilla la bien nombrada;
a don Alfonso a León,
con Asturias y Sanabria,
y a don García a Galicia,
con Portugal la preciada.
A mí, porque soy mujer,
dejáisme desheredada;
irme he yo por estas tierras
como una mujer errada,
y este mi cuerpo daría
a quién bien se me antojara;
a los moros por dinero
y a los cristianos de gracia:
de lo que ganar pudiere
haré bien por vuestra alma.
Allí preguntara el Rey:
-¿Quién es esa que así habla?
Respondiera el arzobispo:
-Vuestra hija doña Urraca.
-Callades, hija, callades,
non digades tal palabra,
que mujer que tal decía
merece ser quemada.
Allá en Castilla la Vieja
un rincón se me olvidaba,
Zamora había por nombre,
Zamora la bien cercada;
de parte la cerca el Duero,
del otro peña Tajada,
del otro la Morería;
una cosa muy preciada.
Quien os la tomare, hija,
la mi maldición le caiga.
Todos dijeron amén,
sino don Sancho que calla.
* * *
ROMANCE TERCERO
En que el Cid contradice las intenciones
reivindicatorías de Sancho II, el
primogénito.
-¡Rey don Sancho, rey don Sancho,
ya que te apuntan las barbas,
quien te las vido nacer
no te las verá logradas!
Aquestos tiempos andando
unas cortes ordenara,
y por todas las sus tierras
enviaba las sus cartas;
las unas iban de ruego,
las otras iban con saña,
a unos ruega que vengan,
a otros amenazaba.
Ya que todos son llegados,
de esta suerte les hablara:
-Ya sabéis, los mis vasallos,
cuando mi padre finara,
cómo repartió sus tierras
a quien bien se le antojara:
las unas dio a doña Elvira,
las otras a doña Urraca,
las otras a mis hermanos;
todas estas eran mías
porque yo las heredaba.
Ya que yo se las quitase
ningún agravio aquí usaba,
porque quitar lo que es mío
a nadie en esto dañaba.
Todos miraban al Cid
por ver si se levantaba
para que responda al Rey
lo que en esto le agradaba.
El Cid, que ve que le miran,
de esta suerte al Rey hablaba:
-Ya sabéis, Rey mi señor,
cómo, cuando el Rey finara,
hizo hacer juramento
a cuantos allí se hallaban,
que ninguno de nosotros
fuese contra lo que él manda,
y que ninguno quitase
a quien él sus tierras daba.
Todos dijimos amén,
ninguno lo rehusara;
pues ir contra el juramento
no haya ley que lo manda.
Mas si vos queréis, señor,
hacer lo que os agradaba,
nós no podemos dejar
de obedecer vuestra manda;
mas nunca se logran hijos
que al padre quiebran palabra,
ni tampoco tuvo dicha
en cosa que se ocupaba;
nunca Dios le hizo merced
ni es razón que se la haga.
* * *
ROMANCE CUARTO
Del cerco de Zamora
Apenas era el Rey muerto
Zamora ya está cercada;
de un cabo la cerca el Rey,
del otro el Cid la cercaba.
Del cabo que el Rey la cerca
Zamora no se da nada;
del cabo que el Cid la aqueja,
Zamora ya se tomaba;
corren las aguas del Duero
tintas en sangre cristiana.
Habló el viejo Arias Gonzalo,
el ayo de doña Urraca:
-Vámonos, hija, a los moros
dejad a Zamora salva,
pues vuestro hermano y el Cid
tan mal os desheredaban.
Doña Urraca en tanto aprieto
se asomaba a la muralla
y allí de una torre mocha
el campo del Cid miraba.
* * *
ROMANCE QUINTO
En que doña Urraca recuerda cuando el
Cid se criaba con ella en su palacio en
Zamora
-¡Afuera, afuera, Rodrigo,
el soberbio castellano!
Acordársete debría
de aquel buen tiempo pasado
que te armaron caballero
en el altar de Santiago,
cuando el rey fue tu padrino,
tú, Rodrigo, el ahijado;
mi padre te dio las armas,
mi madre te dio el caballo,
yo te calcé espuela de oro
porque fueses más honrado;
pensando casar contigo,
¡no lo quiso mi pecado!,
casástete con Jimena,
hija del conde Lozano;
con ella hubiste dineros,
conmigo hubieras estados;
dejaste hija de rey
por tomar la de un vasallo.
En oír esto Rodrigo
volvióse mal angustiado:
-¡Afuera, afuera, los míos,
los de a pie y los de a caballo,
pues de aquella torre mocha
una vira me han tirado!
No traía el asta hierro,
el corazón me ha pasado;
¡ya ningún remedio siento,
sino vivir más penado!
* * *
ROMANCE SEXTO
En que dos caballeros zamoranos vencen
a tres condes castellanos
Riberas de Duero arriba
cabalgan dos zamoranos,
que, según dicen las gentes,
padre e hijo son entrambos;
padre e hijo son los hombres,
padre e hijo los caballos.
Las divisas llevan verdes,
los caballos alazanos;
fuertes armas traen secretas
y encima muy ricos mantos;
adargas ante sus pechos,
gruesas lanzas en sus manos;
espuelas llevan jinetas
y los frenos plateados;
y por un repecho arriba
suben más recios que galgos.
Salen a mirarlos todos
del real del rey don Sancho;
desque cerca del real fueron
sofrenaron los caballos,
y al cabo de una gran pieza
soberbios ansí han fablado:
-¿Tendredes dos para dos
caballeros castellanos
que quisiesen hacer armas
con otros dos zamoranos,
para daros a entender
que no hace el rey como hidalgo
en quitar a doña Urraca
cuanto su padre le ha dado?
No queremos ser tenidos,
ni queremos ser honrados,
ni rey de nós haga cuenta,
ni conde nos ponga al lado,
si a los primeros encuentros
no los hemos derribado.
Y siquiera salgan tres,
y siquiera salgan cuatro,
y siquiera salgan cinco,
no les huiremos el campo;
con tal que no salga el Cid,
ni ese noble rey don Sancho,
que lo habernos por señor,
y el Cid nos ha por hermanos;
de los castellanos otros
salgan los más esforzados.
Tres condes lo están oyendo,
todos tres eran cuñados:
-¡Los de Zamora, atendednos,
que nos estamos armando!
Mientras los condes se armaban,
el padre al hijo está hablando:
—Volved, hijo, vuestros ojos
a Zamora y sus andamios,
mirad dueñas y doncellas
cómo nos están mirando.
Hijo, no miran a mí,
porque ya soy viejo y cano;
mas miran a vos, mi hijo,
que sois mozo y esforzado.
Si vos hacéis como bueno
seréis de ellas muy honrado;
mas si lo hacéis de cobarde,
seréis de ellas ultrajado.
Afirmaos en los estribos,
terciad la lanza en las manos,
esa adarga ante los pechos
y apercibid el caballo,
que al que primero que acomete
tienen por más esforzado.
Apenas esto hubo dicho,
ya los condes han llegado;
el uno viene de negro,
el otro viene de blanco
y el otro viene de verde
porque estaba enamorado.
Vanse unos para otros
como hombres desafiados;
a los encuentros primeros
el viejo uno ha derrocado.
Vuelve la cabeza el viejo,
vio al hijo no bien parado;
arremete para el conde,
pasólo de claro en claro.
El hijo va contra el otro:
ahuyentado lo ha del campo;
por este que se les iba
el viejo se está mesando.
Preguntaba el padre al hijo:
—Decid, hijo, ¿estáis llagado?
—Eso os pregunto, señor,
que no estoy sino muy sano.
—Pues tornemos a Zamora;
serás, hijo, muy honrado.
¡Cuán gran alegría hacen
por torres y por andamios;
que el viejo de armas secretas
era el viejo Arias Gonzalo!
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