Las Tinieblas y la vela María
El Oficio de Tinieblas (se conocía como «Las Tinieblas») se hacía al anochecer del Miércoles Santo, se cantaba en latín por el cura, el sacristán y un grupo de mozos.
El
momento cumbre llegaba con el canto del Miserere con un coro junto al
sacerdote al lado del altar y otro en la sacristía entonando a gritos
desgarradores los versículos. Algunos mozos desde la sacristía abrían y
cerraban la puerta entre cada versículo para darle aún más dramatismo a
la escena provocando un ambiente inquietante. Aquí era cuando los
rapaces pasaban, digamos, miedo.
Finalizado el canto se apagaban todas las luces de la iglesia; las imágenes estaban tapadas con telas moradas, el altar desnudo, solo se mantenía junto al altar encendido el «tenebrario», especie de candelabro en forma triangular con 15 velas que a medida que avanzaba la oración estas velas se iban apagando cada salmo hasta quedar únicamente encendida la vela más alta del candelero «la Vela María», esta vela no la apagaba el sacerdote, sino que la sostenía en la mano y la protegía con la capa para ocultarla bajo el altar. En ese momento quedaba la Iglesia completamente a oscuras «en tinieblas» (de ahí el nombre de este Oficio), y comenzaba el ruido ensordecedor de las carracas, matracos y golpes en las tarimas de la Iglesia, simbolizando el cataclismo que sobrevino a la naturaleza en la muerte de Jesús.
Y ahora entra en juego la misión de la Vela María, curioso rito contra el Diantre, Demontre o Diablo.
En los Oficios del Jueves Santo, al tocar las campanas como señal de duelo por la muerte de Cristo, a partir del Gloria quedaban «cotas las campanas» enmudecen hasta el Sábado Santo en la Vigilia Pascual, se convocaba a los fieles a través de carracas y matracos tocados por los monaguillos calle a calle.
A partir de ese momento se cerraban a cal y canto las puertas de la Iglesia, para encerrar los espíritus malignos, porque se decía que los diablos que quedaban fuera eran los que hacían daño y para ello, durante la conmemoración de la Santa Cena colocaban la Vela María de nuevo bajo el altar para «cortarle la marcha al enemigo», se decía.
ambién en algunos pueblos las tormentas eran conjuradas al escuchar el primer trueno con la vela que había ardido ante el Señor durante el Jueves Santo, si, nuestra Vela María. La costumbre de prender la vela en días de tormenta persiste todavía en muchos hogares alistanos.
Fuente: Riofrio de Aliste
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